jueves, 23 de febrero de 2012

El primo perdido, la fotografía y yo

Siempre creí que eso de los hijos no reconocidos, las relaciones mucama–jefe pasaba poco y generalmente era el mejor tema para una novela de la tarde.  Lo que menos imaginé fue que pasaría en mi familia, pero la imaginación me quedó corta, sucedió.

En el 2009 apareció una hija perdida de mi abuelo. Qué raro él, pensé, siempre con novias nuevas, casamientos y ahora una hija, esta vez nos agrandó la familia. Enterados todos, algunos conformes otros no tanto, hicimos una comida. Comida de reencuentro familiar, bizarro sí.

Mi vida en ese momento transcurría en ir a la facultad. Empezaba el segundo semestre y ese año teníamos la materia Fotografía. Nunca me había interesado a mi entender, porque no había escuchado nada sobre ella. Así que empezó el semestre y junto a él, fotografía. “Para la clase que viene, traen 10 fotos de texturas” dijo el profesor. Texturas, re divertido, seguro el mejor tema para enganchar a los alumnos. Así que allá fui con la cámara compacta de 5 mega píxeles con suerte, a buscar texturas.

Mi primer foto de texturas - 2009
Con la cámara en mano, para registrar uno de los momentos más raro de mi vida, viajamos a Colonia al gran rencuentro. Llevaba el trabajo de las texturas en mente obvio, pero además con intención de captar ese momento que me iba hacer llorar de la risa, el abrazo de mi abuelo y su nueva hija.

Capturé el momento, nada fuera de lo común, ya se habían visto días antes. Todos se dispersaron y comenzaron a charlar. Ella llegó con su marido y su hijo ¡el nuevo primo! No, no me enamoré, aviso. Pero hubo algo que captó mi atención. El nuevo primo llevaba una cámara del tamaño de una pelota de fútbol colgada al cuello. Allá está mi objetivo, dije. Me senté a su lado y comenzamos a hablar.

Y ese armatoste, pregunté. Y empezó a hablar, cinco horas después yo seguía escuchando todo lo que me decía. No sé si era que hablaba con tanta pasión, si sabía demasiado o si me bastaba con escuchar una oración sobre la fotografía para que en dos minutos me interese tanto. Le conté sobre el trabajo de texturas, al que criticó de vago y poco motivacional para amateurs.

Cuarto oscuro, revelado, luz, cámara, lente, fueron algunos de los temas que me explicó. No era fotógrafo, era su hobbie favorito. “Esa actividad que te desconecta”, “la relación con la cámara”, “el momento de imaginarte la foto en tu cabeza y tratar de plasmarla” fueron algunas frases que quedaron  fijas en mi memoria.

Ya dentro del auto con mis padres tenía tres horas para pedirles, convencerlos, que me compren una cámara “profesional”. No veía la hora de tenerla y sacar fotos, buscar, aprender, y divertirme. Esas tres horas no fueron suficientes pero al cabo de un mes, apareció. En un mes ya había leído tanto sobre fotografía que tenía claro que solo me faltaba poner los conocimientos en práctica.

Segundo trabajo de fotografía, diez fotos de líneas horizontales y/o verticales. Ese mismo día conseguí una escuela y me inscribí. Estaba claro que el profesor no iba aportar nada y yo estaba ansiosa por aprender más.

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